Un farol infinito brillaba, un farol oscuro, que pese a su cualidad, irradiaba la suficiente luz como para encandilar los ojos más insensibles de la faz del universo. Tan majestuosa cualidad, como todo dentro de la naturaleza conocida, tarde o temprano, tenía que llegar a su fin, y así fue…
Nadie más pudo gozar entonces de aquello que tanto había ayudado a muchos, aquello que había encantado a unos pocos, pero había compartido su luminiscencia entre tantos, sólo por nobleza, sólo por la calidad del farol. Pero, se desgarró esa luz, gracias pues, a la actitud del egoísmo.
Esas ansias de posesión, se apoderaron y se llevaron para sí, los fotones del farol, no la devolvieron, ni la devolverán, se ha apagado y no volverá a encenderse. Sólo queda el recuerdo en las mentes de los pocos quienes hicieron presencia y el vacío de quienes gozando de la maravilla, ya no pueden contar con ella y no se explican lo que sucede.
El farol se ha apagado, se ha enmudecido, ha muerto definitivamente, sin embargo, el farol está en buenas manos.
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